Como si lo que hacemos cada noche no fuera suficiente vienes después del café,
en cada cena,
cada compromiso,
eres el primer momento al despertar.
La sobredosis de cafeína.
Me prometo a mí mismo cafeinómano de noches en vela.
Ninfómano.
Adicto a las tardes en la mesa de caoba,
y en la alfombra,
aquella de la que te enamoraste en nuestro último viaje a Marruecos.
Me follaba la puta alfombra,
hasta la última hebra,
y vuelta a empezar.
Alcohólico,
drogadicto,
encaramado a un orgasmo interminable,
o a una interminable sucesión de orgasmos.
Jodidos tus labios,
jodido yo, con ellos.
Qué cerdo soy
-qué cerdos éramos-
qué puercos fuimos,
pero qué jodidamente bien estuvo aquello.
Qué mal escribo,
cuánto, cuánto
cuánto te echo de menos.
Bibliófilo,
perdido entre páginas,
perdido al saber que te encuentro,
aquí, donde no puedo alcanzarte.
Quiero ver ese culo,
verlo salir por mi puerta
y quiero verlo ahora.
Ver esos labios dirigirse a mí,
con diplomacia y soltura.
Con diversión.
Sabiendo que me dejaré,
que me pondrás en mi sitio,
que después te desharé el moño,
porque está prohibido,
porque odio los moños.
Porque eres tú quien me está jodiendo,
mucho, muy fuerte, eres incansable, insaciable,
fugaz.
Y hay que joderse,
cómo me gusta que te relamas los labios,
que te sueltes el pelo, que desates esa melena
-ese inmenso poder-
sobre mí.
Que sólo existo para ti.
Maniatado.
Maniatada, quizás, pero no muda. Ni insensible. Sólo asustada. Creativa. Un placer volver a tenerte por estos lares.
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