Besarte y juntar tu saliva con mis penas. Tragarme las lágrimas en forma de hierro fundido, que baje por la tráquea y se expanda por cada conducto y cada esquina, para después endurecerse y constituir este armazón, que me protege de las flechas y aísla el dolor de la mariposa agonizante que descansa en el hueco de mi pecho. Escuchar el mar y que no sea en una caracola, sino en el bombeo de la vena de tu cuello. Inspira, expira, sálvese quien pueda. El canto de los pájaros, el verde del césped, el aire frío, este lugar idílico cuna de pesadillas.
Besar tus labios y todas las promesas que quedaron sin cumplir, pensar en otras curvas e inclinaciones, en otras grietas, en otros temblores. Desgarrarme en un aullido silencioso, dice Buero, el silencio también es necesario. Y doloroso. Y un salvavidas. Y la soga al cuello.
Ver las ramas de los árboles desnudos reflejadas en tus pupilas, arañando mi última oportunidad de existencia. Te recuerdo; cierro los ojos y aspiro el aroma de tu cuerpo. Soy un animal hambriento y reconozco la mano que me da de comer, pero también la que desaparece durante semanas, meses; el por qué de mis costillas punzando bajo la fina capa de piel y pelo.

Se me ha clavado muy dentro y hasta me has hecho sangrar.
ResponderEliminarGracias, Trece, por escribir. Eres de las personas a las que hago los comentarios más cortos porque me llegas demasiado fuerte durante un tiempo muy largo.
♥
Dicen que el amor es también saber estar en silencio junto a alguien sin que semejante ausencia de palabras sea una molestia. Dicen, nunca lo intenté...
ResponderEliminarSaludos,
J.