24.4.16

He aquí mi última llamada.

                              

Ivan Aivazovsky - Rough Sea

Entro corriendo en la habitación y oigo la puerta cerrarse a mis espaldas, he sido yo sin darme cuenta, claro, la ira recorre mi piel y envenena mi saliva. Quiero gritar pero me contengo, en su lugar enciendo el tocadiscos. Una voz de mujer inunda la habitación, me columpio en ella, tú rasgas mi garganta intentando salir mientras muevo las caderas al son de ese quejido áspero; mi feminidad apesta y se pudre bajo esta piel gris, he aquí mi última llamada, he aquí mi alma salvaje.

La música cesa un segundo y abro los ojos para encontrarme con el mar, ah, tú y tus cuadros. Puedo imaginar al artista y todos sus materiales. Por un momento estoy en esa playa plateada; veo el barco alejándose y siento la humedad del ambiente, las olas se acercan y alejan con el vaivén del mar. Imagino que es un ser racional; tiene ojos y boca y acaricia con sus labios salados mis pies. El navío sigue alejándose y pienso que bajo la cubierta yace un corazón.

Siento cómo mis manos acuden a los tirantes del vestido que cubre la herida abierta que es mi cuerpo y sonrío al recordar que mi ropa interior se ha quedado en el asiento delantero de un coche ajeno, oigo las gaviotas y respiro, te has calmado, ya no golpeas mi esternón, no flaquean mis piernas, ahora podría nadar. Pero cuando me sumerjo en el agua no es eso lo que mi cuerpo siente, son tus sábanas de satén. Tu lengua apaga las llamas que suben por mis piernas y vuelvo a reír; he aquí mi infierno y mi redención. Tu mirada oscura acaricia hasta el último resquicio de mi aullido, el océano se esconde en tus pupilas, infinito.

Beso las olas que rompen contra la piedra que cobijo en el lado derecho de mi pecho, soy la excepción que confirma todas las reglas bajo las que vive eso a lo que tú llamas humanidad.

Hacemos el arte y el sexo y no sé dónde comienza uno y acaba el otro, echo de menos con la punta de las pestañas y solo pido que alguien apague el fuego, que me dejen volver al mar. Solo pido que acaben con la sangre y me extirpen las costillas, que alguien abra esta jaula de hueso y vísceras y deje que salgas, volverme del revés y que acaricies otra vez mi sexo, que tu voz esté por encima de la que sale del aparato, que cantes y grites y te rías de la muerte que a la vida, le muerdo yo la yugular.

Que me recuerdes que somos criaturas rabiosas y el odio nos consume dentro y fuera del agua, que soy un poco tormenta y un poco calma porque la venganza o se sirve fría o caduca pronto, recordarte que este color de labios es el color de todos tus deseos prohibidos, de mi mortalidad expuesta. Que vengas y nos tumbemos al lado del precipicio, subirme encima de ti y rodar hasta caer; he aquí nuestro orgasmo.

El suelo comienza a temblar; ya no estamos en la cama, se ha borrado el mar, me encuentro otra vez con mis pasos, con el cuadro y con tu sonrisa lobuna frente a mí. Te digo que esta vez quiero ser ave carroñera que se alimente de todo lo que quise ser una vez, que abras mis alas y beses cada centímetro de piel y tinta, que bailes conmigo, que a la vida, ya le reto yo.


Agarras mi cintura y el quejido se convierte en un gemido largo y tenso, tu boca se acerca a la curvatura de mis miedos para acariciarlos y darlos de comer, me agarro a tus pesadillas como el acróbata de circo al trampolín, pero debajo de mi no hay red que sostenga mi error. Encuentro tu nombre entre mis dientes y mastico con fuerza; he aquí la bestia en la que tú me has convertido. 


Texto con el que participé en la antología de Yaiza y While

2 comentarios :

  1. Lo recuerdo,
    te recuerdo,
    como para olvidarte (no podría)

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  2. Me ha gustado. Muy visual. Me quedo, sin duda, con la última frase.

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