A esa ventana ya no se asoman más que criaturas esqueléticas con cuerpo de carbón. Su presencia es húmeda y amarga como los posos de café que descansan en el fondo de la taza.
Al final del pasillo los restos de un hombre gritan y patalean, intentan sujetarlo pero la fiera se ha soltado de sus cadenas y amenaza con acabar con todos. Abre la boca y sus dientes parecen capaces de arrancarte el alma de una dentellada. Sus dedos se engarfian a los brazos que intentan enjaular su espíritu, los brazos que intentan enjaular la jaula de músculo y piel en la que nació, en la que su recuerdo se extingue en la sangre y en el pensamiento.
La niña de la esquina tiene las uñas negras, no ha parado de arañar -no sé muy bien el qué-, en toda la noche. Quiere huir. Sus piernas tiemblan igual que las patas de un gorrión. El frío cala sus huesos, el frío sale de ella y congela toda la habitación. Tiene los ojos negros y el pelo lacio y abundante, negro también. En su mirada está el muerto, en su piel los rostros de los asistentes al funeral, su llanto es la marcha fúnebre. De ella también sale el silencio que nos envuelve, por encima de los gritos del hombre, por encima de la voz de mis pensamientos.
La mujer rubia habla para sí misma al lado del radiador. Intenta proteger el hilo de cordura que le queda, pero es imposible. Aquí, le digo, es imposible. Tiene el pelo rubio pero no como el sol de verano, más bien como la luz blanca de un amanecer en enero; fría, impersonal. Desprovista de alegría y calidez. Con todo es lo único que salva la estancia. Miro atento su cabellera rapada, los rasgos afilados y los labios finos que se mueven incesantemente.
Los gritos, el frío, el silencio, la esperanza. Me llegan pequeños fragmentos de las personas que alguna vez fueron, de las que siguen siendo, del polvo que serán.
Giro la cabeza y observo por la ventana, hacia la gente que camina apresurada sin conocer nuestra existencia.
Miradnos, quiero gritar, aquí está la humanidad, en realidad. Ahí abajo la suciedad, la infelicidad, las mentiras. Parad un segundo la maquinaria y pensad, no quiero imaginar cuántos seréis capaz de decir libremente que sois felices.
Pero claro está, nadie me oiría por mucho que alzase la voz.
Dibujo una sonrisa, una mancha en realidad, una mancha encima de otra mancha gris, la de mi cuerpo, la de mi rostro.
¡Miradnos!
me acabo de romper con este texto, en plan ras, en plan crash.
ResponderEliminar(qué bonito escribes y qué poco te lo digo.)
un abrazo color otoñal
y muchas risas crujientes ♥
Hacía tiempo que no leía algo que me dejase con estas ganas de más, con estas ganas de "no puede ser posible que eso ocurra en realidad". Hacía tiempo que no leía algo que me dejase un nudo en el pecho y que me diese la sensación de no poder respirar con normalidad.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Abrazos de osito polar ♥
mientras leía no he parado de escuchar esos gritos, esos golpes hacia una puerta que no se ve pero que encierra, como si no hubiese salida. me he sentido encerrada, queriendo también huir, escapar de todo ese jaleo, ir a algún lugar que haya paz, silencio y calma. espero que alguna vez todo el mundo se haya sentido en calma, aunque sea en un instante.
ResponderEliminar(saludos)
Pero la gente no mira. Quizá algunos son capaces de ver... pero rara vez miran a aquello que no desean que esté allí.
ResponderEliminarPff...
ResponderEliminardefinitivamente, me quedo
haces que me quede
Te voy a seguir leyendo, espero que todas tus palabras realmente me rompan tanto
un beso
www.humanfilters.blogspot.com
Se me ha calado el frío de esa habitación en el cuerpo. (Y un poco el miedo, para qué negarlo.) Los ruidos sordos, o ensordecedores, el color negro y la soledad en el pecho.
ResponderEliminarQué bonito leerte, aunque duela,
S.