Me encantaba pensar en los domingos que nos quedaban por vivir, en pisar el parqué del pasillo con la desnudez completa del cuerpo y la libertad de nuestros labios.
La risa; grito y eco de la felicidad que precedía a la rutina.
Me gustaba pensar que, entre caricia y caricia, entre soneto y soneto, estaban las pistas para ganar la partida a la vida, en nombre de un sentimiento fugaz. Pensar en ella como un canto a la existencia, una apuesta ganada a la muerte, la ficha que faltaba del puzle; tal vez, la que siempre sobraba, pero que no hacía falta que encajara, solo que me recordase que el mundo a veces es así, incompleto, perfecto.

QUÉ BIEN LEERTE, LECHES.
ResponderEliminarNoto muy fresca tu forma de escribir, aunque sea con un texto muy distinto, y siempre me siento tan a gusto leyéndote. Ay.
Abrazos.