Enamorarse debe ser cerrar los ojos a la noche y
abandonarse a los sonidos de la pequeña ciudad que habito; el murmullo del
riachuelo entrando por mi oído izquierdo, el vaivén de los vehículos, a lo
lejos, por el derecho. La nariz más parecida a una cereza congelada, la voz
ahogada en cerveza; escondida en la garganta, expectante. Abandonar el lugar y
la oscuridad y adentrarse en la ciudad, llegar a casa y sentir a medias,
gracias al frío, el bajo de la camisa robada acariciando mis muslos. Creer que
mi desnudez es la sed de otro, que mi piel, simplemente, es un órgano cohibido,
herido y agazapado. Ir descongelando, poco a poco, la embriaguez de la
noche.
Al final, que me reciban las sábanas vacías,
frías, pero muy por encima de mi temperatura corporal, carraspear un par de
veces y dejarme llevar por el cansancio acumulado.
Enamorarse debería ser lo contrario a esta
noche.
O no.

Enamorarse es todas esas cosas y más. Y no son todas esas cosas, son menos. A veces me pregunto qué sería enamorarse, y la verdad es que tu texto se le parece mucho.
ResponderEliminarDe verdad, qué bonito escribes.
Tú y esa manía tuya de escribir todo tan, tan enorme.
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