10.9.18

Tampoco cesa mi plegaria.

He divisado un dolor agudo y sordo en el centro de tu pecho, quise creer que este fulgor sería tan solo una luz esquiva, pero es más que eso, es una reminiscencia. Se ha confirmado mi hechizo y tu pesadilla; en algún lugar de esta ciudad dormitorio hay música, en esta punta un perro aúlla desde la terraza del edificio antiguo. 
He visto esa herida lacerante sangrar y a ti arrodillarte y clamar a dioses cuyo nombre soy incapaz de mencionar. Se ha confirmado que la sangre está helada y el alma acartonada y sin embargo que existe, que existes. Existimos en el mismo plano, en la misma fracción de segundo que el rayo que nos alcanzó. En el sonido de las briznas de hierba al crecer, la mirada del búho y el pelaje húmedo del zorro que no llegó a cobijarse de la lluvia. Esta pieza de piano es también un lamento, cogida de la mano de ese aullido que no acaba, danzando tras los pasos del gato callejero. Se ha hecho real el cemento, el asfalto; la luz de las farolas. Y un poco mentira el miedo al miedo, el pánico a la ausencia. Un poco mentira que esté soñando, un poco realidad que no cesan los monstruos. Que no cesa mi llamada, tu llanto y la risa de los jóvenes al otro lado de esos edificios que se caen a pedazos. 

Doy vueltas al anillo en mi dedo y rezo y no sé su nombre, no sé quién cree en su existencia, pero tampoco cesa mi plegaria. 

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