Imagino el reflejo en la pupila del cuervo; en el suelo yacen dos cuerpos y medio.
Tengo la cabeza apoyada sobre tu pecho y las piernas enredadas con las tuyas; tu sonrisa animal calma mis nervios, tus dedos largos y torcidos son las raíces que me mantienen atada al mundo. Pero contra todo pronóstico empapo el blanco con el negro y me deshago, ahora soy polvo. El medio cuerpo es un corazón hecho de carbón que estás reviviendo con tu voz de tormenta; hay un latido lejano y el eco de mi risa.
Lloro; por fin lloro. Lloro y no quiero que te vayas, pero si ser humana es odiar tu libertad entonces seré solo sangre seca y huesos de nácar. Mi respiración se acompasa al ritmo de tus miedos, conoces ya mis heridas aunque no su profundidad, no el alcance del dolor; no hasta dónde pueden hurgar tus manos dentro de mí.
Sigo deshilachándome sobre tu piel, por fin soy consciente de ti, justo en el momento de nuestra despedida.
Quererte libre y quererme bien.
No te vayas.
Déjame marchar.
No te vayas.
Mi silencio va primero.
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