7.11.18

Bosque madre.


Se deshace el nudo de piel y huesos, la lluvia abandonada me recibe; en las hojas pequeñas canicas. En las ramas espejos que cuelgan.

Descalza y desnuda; unida al vientre del bosque. El pelo rozándome los codos, arañas trepando y tejiendo y el hilo de mi aliento que se rompe. Corro y me araño los pies. Hace frío y me deshago en carcajadas, la noche me sacude y me atosiga. Persigue mi orgasmo.
El lobo aulla allá a lo lejos y las zarzas y las espinas abren mi piel; el rojo ahora tiñe mis labios, los despoja de su habitual palidez.

Corro y olvido pero nunca he llegado a recordar; ni por qué corro ni qué estoy olvidando.
Ignorante del paso de las estaciones, entregada a las estrellas y a la luna. Y a la plata que ésta vierte sobre mi desnudez.

Sin despedidas ni encuentros. No estoy sola, me acompañan los árboles; altos y silenciosos. Los animales que habitan aquí, y aquí es el pecho y es el bosque.
Alguien susurra y pregunto por mi nombre, pero nunca lo he tenido, nunca he pertenecido a nada; una palabra, un conjunto de sonidos no son mi identidad. Mi identidad es la carcajada que hace temblar a las flores y el riachuelo que calma la sed, el sexo desnudo y los pechos pálidos, la caricia de la tierra mojada, de los gusanos y las lombrices y los animalillos peludos. El ciervo que huye, el lobo que muerde, el búho que avisa.

Aquí nadie.


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