-Estás jodida.
-Dime algo que no sepa ya.
Sam saca un cigarrillo de la cajetilla y
rebusca entre los cojines el encendedor. Dani recoge la botella del suelo y
prepara un par de vasos.
-No sólo estás jodida. Es que eres jodida.
Hasta decir basta -su mirada verde no se aparta de la ventana. - Tratar contigo
es igual que hablarle a la puñetera pared.
- ¿Voy a tener que lavarte esa boca con
jabón? Un poco de respeto.
- ¿Respeto?
Sam ríe, y su risa resuena en el
desordenado salón. Sí, respeto. Le había pedido respeto al chico de las manos
bonitas, bueno, al cabrón de las manos bonitas. Y, sobre todo, le estaba
pidiendo respeto ella. Ella, que nunca se ha molestado en mostrar respeto por
nadie.
Sí bueno, pero está en su casa, esos ojos
verdes están tirados en su silla favorita, bebiendo de gratis su whisky
favorito, y diciendo gilipolleces un lunes a las cuatro de la mañana. Así que
podía exigir respeto, pensó.
- ¿Vas a llamar a tu amiga algún día?
-No sé.
- ¿Has pensado siquiera en hacerlo?
Sam le reprocha la pregunta con un
profundo suspiro.
-No entiendo qué tengo que hablar con
ella. ¿Quieres que le pida disculpas? ¿Debería? -encoge las piernas y da otra
calada al cigarrillo. - Yo no quiero tener que andar pidiendo disculpas a
nadie.
-De vez en cuando, agachar un poco la
cabeza puede salvarte el culo, Sam.
-Ya, bueno. Pero ya no puede hacer mucho
más, ¿sabes? Ya estoy jodida, muy jodida en realidad.
-Esa boca...-Dani sonríe y deja el vaso en
la mesa.
Y Sam sabe que le dará un beso y se irá,
porque esa boca, a veces, es su boca.
Y esas manos
bonitas, a veces, son las buenas noches de esa boca
con el carmín corrido. Pero nunca se permiten llegar a nada más, bueno, Sam no
lo permite. Sabe de sobra que Dani le diría que sí, una y mil veces.
- ¿Te veré en el concierto de mañana?
-Claro, guarda una mesa al fondo de la
sala.
Él coge su chaqueta, acaricia sus labios y
cierra suavemente la puerta tras de sí.
¿En qué momento dejé de ser la tonta que
llora en primera fila?
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