12.3.22

You don't cross my mind. You live in it.

“Maybe home is nothing but two arms holding you tight when you’re at your worst.”


Han pasado ya casi nueve años desde que me despedí de ella, no le dije adiós, pues nunca lo hago, lo nuestro era un "hasta luego", quizá un "hasta que la vida te joda otra vez". No me despedí de ella y dejó huellas de su existencia en varios puntos de mi anatomía. 

Hoy todavía la oigo; una respiración en la nuca, un picor en la comisura izquierda de mis labios, una lágrima que, aunque pugna por salir, siempre decide quedarse en casa. Veo su sombra en muchas esquinas, no bajo las escaleras para ello; está en la ducha, está en mi colchón, está en mis sueños, (cuando los tengo), está cada vez que todo se tambalea. No le dije adiós y es el peor error de todos, supongo. 

Llegaron bestias nuevas, llegaron, también, hermosos animales, vi ángeles cruzar el trocito de cielo al que llegan mis pupilas, hoy todo está eclipsado. 

No es una bestia alada, no es un ángel al que rendir pleitesía; viene del mundo de los insectos, lepidóptera. Brillante y fuerte; la he visto apuñalar huracanes. Cuando aletea, por poquito que sea, se duermen los volcanes. 

Las vemos de vez en cuando, las llamamos mariposas, nos hacemos los tontos a su presencia y como con todo lo sobrenatural, son los niños y los animales quienes persiguen su vuelo; porque solo ellos ven la magia. 

Pero quizá ciega y sorda y con las manos quemadas; sin tacto, yo he sentido esa electricidad en lo más profundo de mi ser. Compartimos astros; tú ves el Sol, yo también, la luna acuna tu sueño y también se hace cargo de mis noches en vela. 

Cambié el lobo por un naranja vibrante, las fauces por unos labios que curan el alma, pero sé que ella todavía sigue aquí. Que deambula y babea, que gruñe bajito, para no levantar sospechas, pero sigue aquí. 

Y siempre que pienso en su pelaje erizado mi mente se traslada al mismo recuerdo; hay una cámara encendida, una lucecita roja, nos están grabando y ella toma el control, no noto mi cuerpo, solo soy consciente del movimiento que hay dentro de mis cuencas oculares, solo sé que miramos fijamente el piloto rojo y tomamos aire, sobrevivimos al silencio y a la soledad más impactante de todas, las dos juntas. Ella estaba allí, como lo está hoy y como lo está siempre, quise decirle adiós pero preferí quedarme con el as bajo la manga, por si acaso. Y aprendí que no somos manada sino bestias solitarias y cambiantes, que el pelaje se desprende igual que la piel de la serpiente, que mudamos y nos reconvertimos, sufrimos transformaciones dolorosas y, cuando todo termina, estamos exhaustas, nos sentimos desnudas, todo escuece, no podemos respirar, pero seguimos ahí. Y quizá con eso me hubiera bastado si me hubiera visto envuelta en el efecto mariposa de mi lepidóptera. Cuando ella suspire bajo auroras boreales mi corazón latirá más fuerte deseando estar entre sus brazos una vez más. Y aunque los mismos astros nos cobijen estaré esperando hasta encontrarnos en las mismas coordenadas. 

Y la diferencia entre la bestia y el leve batir de sus alas es que a la primera ya nunca la espero, sé que sigue ahí, pero paso por su lado de puntillas para que no despierte cuando compartimos habitación. A Ella no solo la espero, busco y ansío su presencia igual que el náufrago clama por tierra firme y el sediento imagina oasis donde hallar agua. 

El desastre que me envuelve ahora es hermoso, las alas que me acarician hacen que desee vivir, no se conforman con mantener mi existencia a flote. Vivir y existir no era lo mismo, ¿recuerdas? Recuérdalo siempre. 

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